miércoles, 31 de enero de 2007

Los Reyes Magos del 67


Esto sí que data por lo menos del año 30 a.C. Mañana de Reyes de 1967. Obsérvese la cara de felicidad que lucimos mis hermanos y yo en la fotografía. Y no es pose. Estamos supercontentos con nuestros fastuosos regalos: Joaquín con su casco, sus pistolas su balón y su camioncito, una combinación perfecta. Juan Carlos con su correpasillos, aunque ya un poco crecidito para el juguete en cuestión. Y yo parezco la reina de los mares, con mi muñeca bebé, mi muñeca enorme y mi casita de muñecas (esto parece un anuncio patrocinado por Famosa).
Parece poco comparado con las pleis, mp3, mp4, videojuegos, patinetes eléctricos, bicicletas y artilugios de todo tipo que dejan sus majestades ahora a nuestros retoños, se porten como se porten. Porque nuestro cupo disminuía sensiblemente si nos portábamos mal. Parece poco, ¿verdad? Pues no es poco: es menos todavía. Los magros sueldos de nuestros padres tampoco llegaban a tanto, y tengo que confesar que para la foto hubo que colocar juguetes que no eran del año en curso. Tengo sospechas de la casita de muñecas, pero una certeza absoluta sobre la muñeca grandota: según mi álbum de fotos, la tenía desde que llevaba pañales, que no dodotis, y para demostrarlo aquí va una foto de cuando tenía tres añitos. Yo creo que la muñeca iba cumpliendo, año tras año, los mismos años que cumplía yo.


P.D.: No me gustaban nada, nada las muñecas bebé, pero los Reyes Magos no se enteraban...

martes, 30 de enero de 2007

Mi colegio

Había una vez... un colegio... mi colegio. Y lo había, porque ya no lo hay. Era el CP José Mª Izquierdo y mi experiencia allí comenzó en 1980, cuando Triana era su esencia estructural más las nuevas zonas residenciales de los 70 (muy nuevecitas aún) y terminó, pues en el 88. Por allí pasamos yo, mis dos hermanos y mis dos primos... así que "los Martos" éramos conocidos por el profesorado en general.

No sé si os pasa lo mismo que a mí, que acudís a los cursos escolares como referencias temporales para recordar hechos pasados. Me explico: "aquella niña me gustaba"... y recuerdas la clase de 5º... "ese niño y yo nos peleamos"... y recuerdas la clase de 3º. El tiempo no venía marcado por los años, sino por el curso que hacías en ese momento.

Este escrito lo hago a raíz de una anécdota que tuve la semana pasada. Fue en un taller del Ayuntamiento al cual voy todos los jueves y, hablando con una compañera nueva, me entero de que es maestra de uno de los colegios de Pagés del Corro, a los que fue a parar gran parte del profesorado de mi centro antes de cerrar. Pues hablando, me dice que todavía hay una maestra, compañera suya, que todavía no se ha jubilado y que me dio clases durante tres años... era Doña Pepita... y sus recuerdos, aaaayyyy qué recuerdos.

Me dice mi compañera de todo lo que habla Doña Pepita de su etapa en el José Mª Izquierdo y de cuando creó con sus alumnos... el huerto escolar. Aquí se me pusieron los vellos de punta. El huerto se creó con mi promoción y siguió muy poco tiempo más después de irnos. Añoro esos momentos que pasaba removiendo tierra y trabajando todo lo duro que podía como niño que era. Además, era consecuencia de ir bien en las tareas de clase (algunas veces nos íbamos al huerto una vez sabida la lección, jejeje). En esa actividad aprendí mucho... ahora lo sé.

No sé, son muchos los recuerdos que me vienen ahora a la cabeza: unos más félices y otros más agrios. Sólo me apetecía empezar a contaros algo de mi infancia, algo de mi colegio, y más ahora, que empieza una nueva etapa en mi vida... mañana empiezo a trabajar como maestro.

jueves, 25 de enero de 2007

La Caterpillar


Yo tenía tres años y asistía a “parvulitos” en un colegio de monjas. En el recreo, cuando hacía mucho frío, nos quedábamos dentro de clase y podíamos jugar con los juguetes que había en una estantería muy alta en una pared de la clase. Recuerdo quedarme lo que entonces me parecían horas – cuando no estaba intentando matarme con algún compañero, claro – contemplando arrobada una excavadora amarilla que había en uno de los estantes más altos y esperando poder echarle el guante. Cuando la monja repartía los juguetes, siempre estaba ahí la primera para cogerla, e invariablemente, la monja me la quitaba de las manos y se la daba a un niño, encasquetándome en cambio una muñeca: “toma, esto es con lo que tienes que jugar”.
No tengo absolutamente nada en contra de las muñecas. Me encantaban. Pero donde estuviera un coche, un camión o aquella excavadora… no había color.
Por eso, en las primeras navidades de mi sobrina, con apenas diez meses, cuando le regalaron, atención, dos puntos, comienzo enumeración: una cocinita, una plancha con su tabla de planchar, una fregona con cubo y una escoba con recogedor (Estamos hablando del 98, no de los años 60, pero como veis, hay cosas que se resisten a cambiar…) lo primero que dije fue: “Pues nada, a comprarle coches y trenes. Y como pille por ahí una Caterpillar, también le cae”.

miércoles, 24 de enero de 2007

Otra de canciones femeninas


Otra de canciones femeninas con algún que otro chico que se apuntaba a nuestros juegos. Se hacían dos filas enfrentadas . La protagonista saltaba a lo largo de esa "calle" con las manos en la cintura y se paraba, según la letra de la canción, delante de otra chica que la sustituía:

La chata Merenguela
güi, güi, güi
como es tan fina,
trico trico trí
como es tan fina lairón
lairón, lairón lairón

Se pinta los colores
güi, güi, güi
con gasolina
trico trico trí
con gasolina lairón
lairón, lairón lairón

y su madre le dice
güi, güi, güi
quítate eso
trico trico trí
quítate eso lairón
lairón, lairón lairón

¿Por dónde vas a misa
güi, güi, güi
que no te veo
trico trico trí
que no te veo, lairón
lairón, lairón lairón?

Por un camino nuevo
güi, güi, güi
que han hecho ahora
trico trico trí
que ahora lo han hecho
lairón, lairón, lairón, lairón.

No tenía desperdicio la canción cuando al final, la Chata sabe escaquearse y vive a su aire huyendo del "camino oficial para ir a misa" a pesar del control que pretende hacer su madre.

martes, 23 de enero de 2007

Zapatos de charol

Tengo tres años, voy de la mano de mi madre por la Gran Vía. Mi mamá es la más guapa y la más buena del mundo. Vamos a pararnos a ver un escaparate enorme, lleno de muñecas, pero sólo vamos a verlas. Ahí están las Mariquita Pérez con sus baúles llenos de vestidos, tan bonitas… Nadie me lo ha dicho, pero yo sé que esa muñeca no es para mí. Los niños y niñas de la posguerra teníamos una especie de sexto sentido, sabíamos que cosas podíamos pedir a los Reyes y qué cosas no.

De todas formas yo soy feliz en ese momento, voy con mamá y además llevo zapatos de charol.

domingo, 21 de enero de 2007

La muñeca nueva



Era yo aún muy pequeña, y vivía en una urbanización al este de la ciudad. Solía jugar en la calle o en la casa que tocara, con mis amigos. A veces iba con alguna amiga a jugar con las muñecas, otras con un grupo de niños a cazar lagartijas. Pero yo tenía a mi mejor amiga, que vivía en la misma manzana e iba a mi misma clase. Sólo en materia de muñecas teníamos gustos parecidos; yo no comía golosinas y además escuchaba un grupo de pop-rock americano de los años 60.

Pero a mí las muñecas me encantaban, me volvían loca. Imaginaba mil aventuras en las cuales embarcaba a mis valientes heroínas, que además portaban los más hermosos vestidos y peinados. Tenía una buena colección, y al llegar las navidades abría ansiosa la caja de la muñeca que me hubieran dejado los reyes con la mayor ilusión, la contemplaba, le cambiaba quizás la ropa, le ponía nombre, y se la presentaba a las demás muñecas.

Una vez a mi mejor amiga le regalaron la más hermosa muñeca de las que anunciaban en las vísperas de aquellas navidades. Bueno, la más hermosa no sé si era, porque a decir verdad tenían todas la misma forma, y solo variaba el vestido. Pero sí, el vestido era elegantísimo, o al menos eso nos parecía.

Pasaban los meses y mi mejor amiga no abría la caja, sino que la conservaba en su envoltorio como pieza de coleccionista: no jugaba con ella. Por aquel entonces me sorprendía y admiraba de la entereza de mi amiga, que se resistía a la tentación de abrir la caja argumentando que le gustaba posponer el momento de tan tamaña ilusión, solo para saber que esa ocasión habría de llegar. Y aún a estas alturas lo pienso, admirándome de cómo una niña tan pequeña podía contener su ansia ante la flamante y colorida caja precintada.

El buga

Ahora que me he comprado un nuevo coche, supermoderno, con todas las comodidades, me he acordado mucho, mucho, del primer coche que tuvo mi padre. Era este, y este fue el día del estreno. Fue un día de Reyes. Yo, orgullosa, exhibo mi muñeca, la de siempre (ya hablaré de ese tema). Mis hermanos, por una vez de acuerdo, miran al objetivo. Mi madre y mi tía, vestidas ellas muy sesenteras (no me digáis que no parecen las Supremes) parecen casi gemelas, aunque eran radicalmente diferentes. Pero todas las chicas se peinaban y vestían igual (véase a nuestra asistenta, al fondo). En eso no hemos cambiado mucho. En cuanto al coche, objeto de esta entrada, era un Renault 8 gris marengo, matrícula TF 29721 que todavía me acuerdo, con unas ventanas incomodísimas de abrir de dos paneles, que es lo que más recuerdo del coche. No sé si corría mucho o no corría, me imagino que no, sobre todo por que el estado y el trazado de las carreteras dejaba mucho que desear, pero ... estábamos tan contentos con él como yo ahora con el buga nuevo. Y me imagino que mi padre mucho más.

jueves, 18 de enero de 2007

Chocolate con pringá


Cuando leía el corrillo de "la canción del moro" me venían a la memoria aquellos otros en que las niñas cantaban una canción con la que, inocentemente, pregonaban, a su entorno inmediato, el nombre del chico que les "gustaba". Las niñas cantoras, llevando el ritmo con sus palmas, formaban una pasillo que la protagonista recorría una y otra vez con los brazos en jarra mientras movía las caderas a ritmo de la letra siguiente:


"La señorita "Pepi" (nombre),
que qué herida está,
se va a morir de pena
de tanto llorar.
Si llora por "Antonio" (nombre)
"Antonio" no la quiere,
la señorita "Pepi"
de pena se muere.

A "Pepi" le vamos a dar
chocolate con pringá
y a "Antonio" le daremos
chocolate con veneno


(En este momento la protagonista invitaba a otra chica a tomar su relevo, tomándola del brazo y dando varios "paseíllos" juntas, con un estribillo de letra extraña, cantado rápido y que mi memoria no recurda bien, pero que, aún así, trato de reproducir)


Que salga usted a bailar
que la quiero ver bailar
con los brazos al aire,
con lo bien que lo baila la moza,
bailando sola, sola en el baile.

La señorita "Toñi"...
(y vuelta a empezar comprometiendo al niño correspondiente)"


Está claro que los psiquiatras, en esa época, no tenían demasiado porvenir, que las penas de las adolescentes se curaban con algo tan simple como "chocolate con pringá" que no caba duda es digno de un análisis "bromato - psicológico", mezcla de lo más deseado en la infancia ante la escasez de chucherías y de algo tan sustancioso como la pringá. Se podría patentar en cápsulas, o en caramelos energéticos con claros efectos quitapenas.
Por el contrario, para los rompecorazones, el castigo era fulminante, mezcla de lo deseado y del fatídico veneno (¿para qué enredarse con más tonterías?). ¡Qué crueldad!. Claro que mientras ellas cantaban, los niños jugaban a sus juegos por los alrededores, incordiando de vez en cuando, pero sin perder detalle. No existía el móvil, pero recibían claramente el mensaje...

miércoles, 17 de enero de 2007

Oh, viejo moro


En los recreos de la escuela, las niñas solíamos jugar al corro, al elástico, a la comba o al tejo. Para jugar al corro, nos situábamos en círculo, generalmente cogidas de las manos, quietas mientras una bailaba en el centro, o girando todas al compás de una cancioncilla que todas entonábamos. Canciones y bailes eran muy simples.
Esta canción de corro se cantaba con todas las niñas tocando las palmas, quietas, y en el estribillo la chica que se situaba en el centro se dirigía a otra cualquiera del corro y bailaba con ella, tomando luego su lugar. Se bailaba con las manos en la cintura, moviendo las caderas a un lado y a otro. Lo curioso de esta tonada es la letra, que no tiene pies ni cabeza:
Oh, viejo moro
porqué no te has casado
si te vi enamorando
como los demás.
Dame la mano morena
para lucir la verbena
juntitos los dos.
(hasta aquí bien, pero ahora viene el estribillo)
Bailando la dama-dama (?)
vestido de pollo pera (!!!!!!!)
este cuerpo
saleroso
que vale mucho dinero.
Así, sin rima ni nada. Cuánto tiempo llevaría esta canción rulando de boca en boca, de generación en generación. ¿Cómo sería la letra original? Cuando la cantábamos todavía había pollos-pera, al menos en los sainetes, pero ninguna sabíamos que era la dama-dama ni porqué no se había casado el moro (por lo menos con una, que todas sabíamos que podían casarse hasta con cuatro) ni de quién era el cuerpo saleroso ni si el moro había llegado en patera o a Marbella, forrado de billetes.

lunes, 15 de enero de 2007

Había una vez...


... una vez había, muchos años a. C. (antes de la Consola) en que la imaginación y las expectativas se abrían al solo conjuro de estas tres palabras. Los cuentos, leídos o narrados, eran el puente hacia la vida virtual. Alrededor de nosotros, casi tangibles, visibles, vivían las hadas, las brujas, los ogros, y otros personajes tan reales como nosotros, los niños pobres, los huérfanos, esos que estaban a merced de las madrastras, de amos atrabiliarios... En la Europa Occidental, en EE.UU. vivimos en el año 10 d.C. En muchos lugares de nuestro planeta los niños siguen jugando en plena calle, fabricando sus muñecos con trozos de trapos y madera, inventando canciones para sus juegos de carreras y de esquinas. En un mundo y en otro, la infancia está por igual protegida y amenazada. Pero no es este nuestro tema. Antes de que el juego digital haga caer en el olvido nuestras canciones de corro, nuestros juegos tradicionales, los refranes con que martilleaban nuestros oídos los adultos, los juegos y programas favoritos, las lecciones de la calle, del hogar y de la escuela, cómo veían el mundo nuestros ojos asombrados de niños de la era analógica... procuraremos guardarlos aquí, con su ternura, su ridiculez, nuestro cariño y nuestro sonrojo. No solo es la prehistoria, esta página llega incluso a Barrio Sésamo. Y hablamos solamente de hace 16 años o 17, del año 6 ó 7 a.C.