Yo ahora que he crecido pienso que la playa es un rollo. Cuando era chica me encantaba. Como mis padres eran maestros y tenían muy poco sueldo pero muchas vacaciones nos tirábamos dos meses yendo todos los días. Por que tenían poco sueldo, también, porque si no nos hubiéramos ido por lo menos un mes de viaje, que eso también nos gustaba mucho. Y porque vivíamos en un pueblecito costero, que si no el poco sueldo no hubiera alcanzado para unas vacaciones con apartamento.
Yo creo que a mis padres también les gustaba mucho. Y yo creo que era porque, en cuanto llegábamos a la arena nos perdíamos de vista, y eso que la playita era un charco con piedrecillas, de puro reducida. Tenía tres chiringuitos y un balneario que siempre estaba vacío si exceptuábamos a los pocos pollos pera que iban quedando y a sus rancios progenitores. Así que las instalaciones hosteleras ocupaban más que la escasa arena, pero bueno. Total, que nos alejábamos lo más posible de nuestros ancestros, que tampoco se agobiaban vigilando por si nos ahogábamos, pegábamos o perdíamos. Ellos tomaban el sol, poquito, charlaban con los amigos (una barbaridad) o se tomaban algo en el chiringuito (rarísimo, por lo del poco sueldo). Y se bañaban y nadaban mucho, la verdad. A mí mi papi me parecía un trasatlántico, fíjate, y eso que es chiquinino.
Yo ahora veo que los niños no se pierden. En cuanto llegas a la playa ya te están dando el cognazo, porque son incapaces de meterse en el agua sin su papi, su mami o su tío. Y están pidiendo todo el rato cosas. Sobre todo cosas que cuestan dinero. Las cosas que son gratis o te has traído de casa nunca les apetecen. Y, claro, no te dejan charlar con los amigos. Y, claro, no puedes tomar el sol para nada, aunque eso casi está bien, porque yo recuerdo que cuando éramos chicos no nos quemábamos nunca, yo que soy muy blanquita no me ponía ni roja ni morena, y ahora tenemos que estar untando cada media hora a los niños, y la media hora suele cumplirse justo cuando han decidido alejarse un poco. Y los estamos vigilando todo el tiempo, y eso que ahora todos los niños nadan estupendamente porque todos han ido a cursillos de natación y nosotros de chicos no íbamos.
En la playa había bastante gente, entre adultos y niños. Éramos muchos niños, y jugábamos a de todo. Teníamos unos neumáticos enormes, negros, que debían ser cámaras de rueda de camión, y eso era más divertido que los donuts de Guadalpark. Y en medio de la cala, a unos setenta metros de la orilla, había una balsa con trampolines y siempre hacíamos carreras para llegar a ella y así aprendimos a nadar todos los niños, porque la balsa parecía siempre una patera de petada que estaba de personal.
El pueblecito se llenaba de personal de la “caspital” cada mes de agosto, pero el mogollón no nos molestaba. La gente que llegaba de la ciudad llegaba con “ínfulas”, que yo de chica creía que eran las bimbas esas de inflar las colchonetas y los flotadores, pero no, resulta que era que tenían mucha tontería y aires de superioridad. La generala de la colonia de veraneo era igualita que Pitita Ridruejo, y tenía por lo menos nueve hijos, que ya era tener hijos, a cual más creído. Pero nos reíamos de ellos, y, además, solo había que soportarlos durante el mes de Agosto.
Pero ahora me parece que la playa es un rollo. Un apartamento cuesta una pasta, el sol quema, los niños no se bañan solos Y piden refrescos y doritos todo el rato.