miércoles, 28 de marzo de 2007

La playa


Yo ahora que he crecido pienso que la playa es un rollo. Cuando era chica me encantaba. Como mis padres eran maestros y tenían muy poco sueldo pero muchas vacaciones nos tirábamos dos meses yendo todos los días. Por que tenían poco sueldo, también, porque si no nos hubiéramos ido por lo menos un mes de viaje, que eso también nos gustaba mucho. Y porque vivíamos en un pueblecito costero, que si no el poco sueldo no hubiera alcanzado para unas vacaciones con apartamento.
Yo creo que a mis padres también les gustaba mucho. Y yo creo que era porque, en cuanto llegábamos a la arena nos perdíamos de vista, y eso que la playita era un charco con piedrecillas, de puro reducida. Tenía tres chiringuitos y un balneario que siempre estaba vacío si exceptuábamos a los pocos pollos pera que iban quedando y a sus rancios progenitores. Así que las instalaciones hosteleras ocupaban más que la escasa arena, pero bueno. Total, que nos alejábamos lo más posible de nuestros ancestros, que tampoco se agobiaban vigilando por si nos ahogábamos, pegábamos o perdíamos. Ellos tomaban el sol, poquito, charlaban con los amigos (una barbaridad) o se tomaban algo en el chiringuito (rarísimo, por lo del poco sueldo). Y se bañaban y nadaban mucho, la verdad. A mí mi papi me parecía un trasatlántico, fíjate, y eso que es chiquinino.
Yo ahora veo que los niños no se pierden. En cuanto llegas a la playa ya te están dando el cognazo, porque son incapaces de meterse en el agua sin su papi, su mami o su tío. Y están pidiendo todo el rato cosas. Sobre todo cosas que cuestan dinero. Las cosas que son gratis o te has traído de casa nunca les apetecen. Y, claro, no te dejan charlar con los amigos. Y, claro, no puedes tomar el sol para nada, aunque eso casi está bien, porque yo recuerdo que cuando éramos chicos no nos quemábamos nunca, yo que soy muy blanquita no me ponía ni roja ni morena, y ahora tenemos que estar untando cada media hora a los niños, y la media hora suele cumplirse justo cuando han decidido alejarse un poco. Y los estamos vigilando todo el tiempo, y eso que ahora todos los niños nadan estupendamente porque todos han ido a cursillos de natación y nosotros de chicos no íbamos.
En la playa había bastante gente, entre adultos y niños. Éramos muchos niños, y jugábamos a de todo. Teníamos unos neumáticos enormes, negros, que debían ser cámaras de rueda de camión, y eso era más divertido que los donuts de Guadalpark. Y en medio de la cala, a unos setenta metros de la orilla, había una balsa con trampolines y siempre hacíamos carreras para llegar a ella y así aprendimos a nadar todos los niños, porque la balsa parecía siempre una patera de petada que estaba de personal.
El pueblecito se llenaba de personal de la “caspital” cada mes de agosto, pero el mogollón no nos molestaba. La gente que llegaba de la ciudad llegaba con “ínfulas”, que yo de chica creía que eran las bimbas esas de inflar las colchonetas y los flotadores, pero no, resulta que era que tenían mucha tontería y aires de superioridad. La generala de la colonia de veraneo era igualita que Pitita Ridruejo, y tenía por lo menos nueve hijos, que ya era tener hijos, a cual más creído. Pero nos reíamos de ellos, y, además, solo había que soportarlos durante el mes de Agosto.
Pero ahora me parece que la playa es un rollo. Un apartamento cuesta una pasta, el sol quema, los niños no se bañan solos Y piden refrescos y doritos todo el rato.

lunes, 26 de marzo de 2007

Memorias de una adolescente (by AnaE)




Así era Miguel Bosé hace la tira de años. Entonces gustaba a todas las mujeres, de todas las edades, aunque no fuera por su música. También llaman la atención, tantos años después, las indumentarias (¡qué espanto! pero el tema de la moda se tratará otro día).
No nos resistimos a incluir dos imágenes que suponen un verdadero agravio comparativo, pero solo él tiene la culpa, no el tiempo.


Miguel Bosé en el año 15 A.C. y Miguel Bosé en el año 15 D.C.

lunes, 19 de marzo de 2007

Y de unas ganas de comerrrr...



No cabe duda que a la mayoría de nosotros/as nos iniciaron en el consumo del vino a muy corta edad. En los años del llamado desarrollismo económico, cuando nuestros progenitores, preocupados por ese otro desarrollo que era el de sus hijos/as, no dudaban en administrarnos antes de las comidas un buen vaso de vino quinado. Y es que "da unas ganas de comerrrr....!, como decía la publicidad de la radio y la televisión. Un buen suplemento alimentario además de la leche y el queso que nos enviaban los americanos y que repartían en las escuelas.
De esta manera nos tragábamos, sin rechistar -es la verdad- porque apetitoso sí que estaba, nada más y nada menos que un vaso de vino de 15º.
Bueno algun@s tal vez se iniciaran en el consumo de alcohol estando todavía en la cuna, cuando tras pasar horas llorando, los adultos llegaban a la conclusión de que, comid@ y limpi@, sólo se puede llorar por gases y nada mejor para tranquilizar al bebé que el anís. Pero mejor mojar el chupete en anís, ¿para qué hacer una infusión si esto es más rápido y a él/ella le gusta?
¿No nos iba a gustar?. Seguramente dirían algo así como: "¡qué bien le ha sentado!, le ha calmado el estómago". ¡Como para no calmarlo! Y el chupete...¡cualquiera lo soltaba entonces! Claro que lo malo es que esto debía crear hábito y los adultos más sensatos terminarían recurriendo a otros medios, pero otros, más insensatos, acababan introduciendo a su descendencia en un incipiente alcoholismo.

Y esto, como decía al principio, tenía su continuidad con todo tipo de brebajes para "tonificar" nuestros débiles cuerpos de herederos de posguerra: ponches de huevos batidos con leche, con vino y de manera especial con vasos de vino quinado, que es lo que nos ocupa.
Los bodegueros habían descubierto el filón al añadir a un vino dulce un poco de quina, que no es más que el líquido extraído de la corteza del quino, que tiene propiedades tonificantes, que es lo que realmente vendía.
Y al amparo de los santos, San Clemente y Santa Catalina, por lo que no podían ser malos, nos tomábamos todos los días nuestra copita.
Los publicistas conocían perfectamente el intervencionismo clerical durante el franquismo y la sociedad, sin más remedio, se dejaba querer por dicha intervención.
Nada mejor que nombres de santos para los nuevos productos, para transmitir, así, la aprobación eclesiástica del mismo. ¡Cuántos productos con nombres santos perduran aún desde esa época!, sobre todo en las panaderías, en los hornos de San...., que por cierto, siempre eran santos y nunca santas.
En esa época competían en las propiedades tonificantes de los vinos que consumíamos una santa y un santo. Santa Catalina paracía ser el más popular de los vinos quinados, tal vez por ser ligeramente más barato, pero San Clemente, de mayor campaña televisiva, regalaba su muñequito Kinito seguramente enviando un montón de tapas. Pero era tan graciosillo con ese flequillo cuando decía: ¡y da unas ganas de comerrr....!
Los publicistas del San Clemente fueron unos adelantados de su tiempo, unos visionarios, diría yo, pues se dieron cuenta hace unos cuarenta años de que el uso de la k se terminaría haciendo extensivo entre los jóvenes, en sus mensajes, etc, de ahí que ellos ya usaran la marca "Kina San Clemente", mientras los de Santa Catalina, más correctos con el lenguaje seguían refiriendo lo de Quina Santa Catalina.
Pero con ambos "¡daban unas ganas de comerrr...!

sábado, 17 de marzo de 2007

Mi serie favorita: La familia Monster

En verdad se llamaban Los "Munsters"... Esta familia incalificable, monstruosa pero enormemente divertida, hacía nuestras delicias en la infancia, tan tierna ella pero tan aficionada al terror y esas cosillas... No duró mucho y, además de no durar mucho, aún la pudimos ver menos, porque hasta que yo no tuve ocho años no tuvimos tele (de verdad de la buena) y para entonces no deberían quedar ya muchos capítulos que emitir de tan deliciosa serie.
Por supuesto, vivían en un caserón la mar de gótico y lúgubre. El paterfamilias, Hermann Munster era igualito que Frankestein. Igualito física y químicamente, enorme y desmañado. Su esposa, Lily, me parecía a mí el colmo de la guapura. Mis ideales de belleza femenina por entonces eran ella y Milady (Los tres mosqueteros). El mechón blanco de su cabellera era lo más elegante y sofisticado que yo había visto por entonces. Era hija de Drácula (qué pedigrée...) pero perfecta esposa y madre. Madre de Eddie, un niño lobo, al que en el cole tienen por raro (¿por qué será?). Un pelín irascible, pero no por su naturaleza de licántropo, sino por su naturaleza de preadolescente, creo yo.
El abuelete, lindísimo. Por supuesto, duerme siempre en su ataud, y, cuando está despierto pasa el tiempo en su laboratorio ideando filtros extraños.
La sobrina de Lily, Marilyn, es la única "normal" de la familia. Tiene las típicas aspiraciones de casarse y formar una familia, pero todos sus pretendientes se esfuman amedrentados al conocer a sus parientes. Claro que estos piensan que si no encuentra marido es porque es terriblemente fea, la pobre.
La serie era genial, perfecta combinación del thriller y el sainete. Y la ambientación, los decorados, el maquillaje y el guión no tenían desperdicio. Podéis ver algunos fragmentos en You-Tube.


viernes, 9 de marzo de 2007

Mi última muñeca


Gracias a la página (en verdad extraordinaria) que nos ha recomendado Mar (“Te acuerdas?”) he encontrado una imagen de mi última muñeca. La verdad es que quise siempre conservarla, pero corrió la misma suerte que mi colección de muñecas de trapo de mis años universitarios: acabaron todas en manos de mis primas, todas más chicas que yo, a las que las regalaba en cuanto que una de ellas lo pedía, aunque fuera solo con la mirada (no eran unas aprovechadas, que conste).Y quería conservar mi última muñeca porque era la muñeca que había deseado, sin conseguirla, durante toda mi infancia. Si hubiera habido Barbies me habría vuelto loca con ellas, igual que mi hija, que tuvo la suerte de reunir cuarenta. Pero, año tras año, los reyes insistían en dejarme cada 6 de Enero una muñeca bebé. Ya lo he dicho. No me gustaban las muñecas bebé. Existe aún el mito de que las niñas jugamos con muñecas por el instinto de la maternidad. Falso. Las niñas, con las muñecas, jugamos simplemente a ser mayores, igual que los niños. ¿Que los niños no juegan con muñecas? Claro, es verdad, los playmobil y esos espantosas figuras de bichos de otra galaxia no son muñecos... Y, claro, siempre deseé una muñeca que pareciera una chica joven, que se pareciera a la chica joven que yo quería ser. Cuando aquello no vendían baterías de ropa para las muñecas. También me habría encantado. Creo que todas las niñas de aquella época hemos confeccionado, casi siempre con resultados desastrosos, algún vestidito para nuestra muñeca. Eso nos hacía aprender a coser, todo hay que decirlo. Al vestir a las muñecas jugábamos también a arreglarnos de mayores, algo así como lo que hacíamos también poniéndonos a escondidas las ropas de mamá y pintándonos ojos y labios en su ausencia. Pero esa muñeca llegó tarde. Con once años yo ya no jugaba con muñecas. Sí que me hizo ilusión, pero no llegué a disfrutarla como hubiera hecho simplemente un año antes.Además, me parecía preciosa. No me la hubieran podido dejar antes los reyes, que yo ya sabía que no eran los reyes. Fue el año en que se creó la Nancy. Llevaba un vestido rosa muy cursi que aún hoy recuerdo con todo detalle. Igual que sus ojos grandes y redondos y su melena rubia cobriza.

sábado, 3 de marzo de 2007

Un link para el recuerdo.

Una amiga me ha recomendado esta web para dar el salto en el tiempo y recordar aquella canción o aquel cómic del que ya no nos acordábamos: