miércoles, 14 de febrero de 2007

La primera comunión

Cuando yo era chica, el día más importante de nuestra vida creo que era, sin dudarlo, el de la primera comunión· Todos teníamos que hacerla, y nos encantaba. No celebrábamos los cumpleaños salvo en rarísimas ocasiones, y el día de la primera comunión era casi el único en que podíamos sentirnos protagonistas y recibir ¡regalos! Los regalos eran poquita cosa, desde luego, algún libro de cuentos, un álbum todo cursi para pegar las fotos de ese día, algún dinerillo, que en mi caso llegó a las ¡cien pesetas!.. Para que os hagáis idea, con cien pesetas te podías comprar cien polos de los de chupar, doscientas canicas, veinte trompos, veinte láminas de muñecas recortables, cien cromos de los que se ganaban o perdían, treinta y tres sobres de cromos para el álbum, veinte cocacolas, podías ir un porrón de veces al cine, claro que sin palomitas...
Además, nos vestíamos casi como las novias. Yo creo que el vestido era lo que más ilusión nos hacía. Casi me amarga el día una mancha que me cayó en la convidada. Por dios, como si me lo fuera a poner más veces.
Antes de hacer la primera comunión nos lavaban bien el coco. No el pelo, que también, sino el coco. A eso le llamaban, y le llaman, catequesis. Como antes de la Consola hacíamos la comunión más chicos, a esto de los siete años, había cosas que no entendíamos muy bien. Por ejemplo, lo de los pecados. Los había mortales y veniales, según fueran de gordos, y había que contarle al sacerdote los que tú habías cometido para poder hacer la primera comunión. También había unos que se llamaban capitales, pero esos no nos los explicaban porque había palabras que no entendíamos, como gula o lujuria, y por lo visto los niños no podíamos cometerlos. Podíamos cometer veniales, sí, como llegar tarde a misa o robarle un caramelo al hermano, y creo que mortales también, porque era mortal tomar el nombre de Dios en vano y eso era decir palabrotas, que mi hermano Joaquín decía todo el rato caca y culo. Y también podías deshonrar a tu padre y a tu madre si te portabas mal delante de las visitas y podías decir mentiras y hurtar, que era lo mismo que robar pero más cosas. Y faltar a toda la misa, porque entonces no santificabas las fiestas, y matar, que yo no conocía a nadie que matara, y después cosas raras que no nos querían explicar pero que en los diez mandamientos venían, como desear la mujer del prójimo y cometer actos impuros. Y las cosas malas que habías hecho se las contabas al sacerdote el día antes y después tenías que tener mucho cuidado de no decir palabras feas ¡ni siquiera oírlas! antes de hacer la comunión porque entonces ya no podías porque estabas otra vez en pecado y si comulgabas en pecado cometías sacrilegio y eso sí que era un pecado más gordo todavía. Y tampoco podías desayunar porque también había que estar limpio por dentro para recibir al señor pero beber agua sí podías. De todos modos eso no nos importaba porque después de la primera comunión venía el banquete, con un montón de cosas ricas y tarta y dulces y cocacola. Iba muchísima gente, que recuerdo yo que en mi comunión había por lo menos treinta personas, porque también era la comunión de mis mejores amigos, que se ven en la foto, y aprovecharon para hacer la celebración todos juntos. Además nos dejaban tomarnos dos refrescos a cada uno.
La primera comunión la hacíamos a los siete años porque a esa edad decían que ya teníamos uso de razón, y eso era como entrar en la edad penal, porque no nos aumentaban la paga que era de un duro ni dejaban de llamarnos con el diminutivo que nos abochornaba delante de los amigos y las visitas, pero nos reñían mucho más y cobrábamos doble. Pero también nos sentíamos más adultos. Y sobre todo, llevábamos un vestido precioso, nosotras, o un traje de hombre, ellos, y nos hacían regalos, y había una fiesta que nos parecía enorme y de la que nosotros éramos los protagonistas. Y eso ocurría una vez nada más en toda la infancia y por eso era el día más importante.

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