domingo, 21 de enero de 2007

La muñeca nueva



Era yo aún muy pequeña, y vivía en una urbanización al este de la ciudad. Solía jugar en la calle o en la casa que tocara, con mis amigos. A veces iba con alguna amiga a jugar con las muñecas, otras con un grupo de niños a cazar lagartijas. Pero yo tenía a mi mejor amiga, que vivía en la misma manzana e iba a mi misma clase. Sólo en materia de muñecas teníamos gustos parecidos; yo no comía golosinas y además escuchaba un grupo de pop-rock americano de los años 60.

Pero a mí las muñecas me encantaban, me volvían loca. Imaginaba mil aventuras en las cuales embarcaba a mis valientes heroínas, que además portaban los más hermosos vestidos y peinados. Tenía una buena colección, y al llegar las navidades abría ansiosa la caja de la muñeca que me hubieran dejado los reyes con la mayor ilusión, la contemplaba, le cambiaba quizás la ropa, le ponía nombre, y se la presentaba a las demás muñecas.

Una vez a mi mejor amiga le regalaron la más hermosa muñeca de las que anunciaban en las vísperas de aquellas navidades. Bueno, la más hermosa no sé si era, porque a decir verdad tenían todas la misma forma, y solo variaba el vestido. Pero sí, el vestido era elegantísimo, o al menos eso nos parecía.

Pasaban los meses y mi mejor amiga no abría la caja, sino que la conservaba en su envoltorio como pieza de coleccionista: no jugaba con ella. Por aquel entonces me sorprendía y admiraba de la entereza de mi amiga, que se resistía a la tentación de abrir la caja argumentando que le gustaba posponer el momento de tan tamaña ilusión, solo para saber que esa ocasión habría de llegar. Y aún a estas alturas lo pienso, admirándome de cómo una niña tan pequeña podía contener su ansia ante la flamante y colorida caja precintada.

1 comentario:

Meli dijo...

Sí que recuerdo yo las muñecas de Esperanza, y también a mí me asombraba que fuera capaz de mentenerlas sin abrir durante meses.